Como anteriormente se menciono, la xenoglasia es el don milagroso de hablar uno o varios idiomas distintos al propio, los cuales no han sido aprendidos por medios naturales.
Este don es el que se manifestó en Pentecostés entre los apóstoles del Señor, quienes quedaron llenos del Espíritu Santo y hablaron en otras lenguas o idiomas: “Se llenaron todos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en diversas lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (Hechos 2:4). Y después Lucas nos confirma la reacción de los oyentes: “Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua” (Hechos 2:6).
Se trata de un don milagroso, el cual en aquel entonces era necesario para que el Evangelio se propagara de forma rápida y comprensible a todas las naciones y, además, daba testimonio del origen divino de la doctrina de Cristo. Pero cuando en el transcurso del tiempo la Iglesia ya se había extendido por todo el mundo entonces conocido y se hablaba en cada lugar la lengua autóctona del mismo, este don fue haciéndose menos necesario y frecuente.
San Agustin de Hipona escribió en el siglo IV: “Hoy día, cuando el Espíritu Santo ha sido recibido, nadie habla en las lenguas de todas las naciones, pues la Iglesia ya habla la lengua de todas las naciones, y si uno no está en ella, éste no recibe el Espíritu Santo” (Tratado 32 sobre el Evangelio de Juan).
Santo Tomas de Aquino, en su Summa Teológica confirma que este don milagroso de lenguas no era tan común como antes, aunque el don nunca llegó a desaparecer por completo. Personajes de la Iglesia Católica, como San Pacomio (siglo IV), San Norberto (siglo XII), San Antonio de Padua (siglo XIII), San Vicente Ferrer (siglo XIV), San Bernardino de Siena (siglo XV) y San Francisco Javier (siglo XVI), ejercieron la xenoglasia en el transcurso de su vida religiosa.
El don de lenguas de la xenoglasia es un milagro divino en que, en el ejercicio de la voluntad y sabiduría divina, el Espíritu Santo concede a algunos creyentes el poder de hablar en idiomas que no aprendieron por procesos naturales, y esto con el fin de testimoniar sobre Jesucristo ante los que no creen en El.
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