Proverbios
31, 10 al 31
Hablar de la mujer virtuosa en medio de la liberación femenina,
es un problema serio; más cuando el genuino valor es relativo en medio de una
sociedad secularizada. La distinción por lo moral o por la conducta, no es
principio de distinción; lo propio, natural y legitimo, no son cualidades de
valor. La estima o aprecio en reconocimiento a sus meritos basados en su conducta, acciones o disposiciones, no tienen valor alguno para apreciar, evaluar o reconocer, entre los que
han marginado al Señor de sus vidas.
Las maneras puras de
temer a Dios y vaciarse de los efectos carnales, solo existe en un pequeño
circulo denominado cristiano; son las mujeres de las cuales sus maridos pueden
confiar, esperar y poner al cuidado el hogar o sus hijos, con la confianza sin preocupación;
son ellas las que no motivan a sus maridos a buscar salidas de rapiñas, más bien aportan a la provisión de los suyos
con el agregado del afecto y la virtud
en reverencia a Dios.
Constante mente influyen a la felicidad de los suyos, por el
bien que hacen y manifiestan; y es que cualquier
bienestar moral o espiritual, vale más que cualquier palabra lisonjera y obviamente
cautiva a los suyos y en particular “le quita el corazón a su marido” y lo “vence
muy completamente” en los días de su vida.
Si existe la infelicidad entre muchos, es porque existe la
desestabilidad como desmoronamiento de lo moral y de su sustrato
espiritual, lo cual debilita la atención al otro y la presión y cesa la aprehensión;
solo la gracia de Dios purifica,
armoniza, y perfecciona toda acción, y disposición y pasión, convirtiéndolo en
un espíritu dócil y humilde para Él y en beneficio de los demás y propio.
Siervo.