En el libro de Hechos (2:1-13) se nos menciona el relato de Pentecostés, en donde los apóstoles fueron milagrosamente capacitados para hablar en distintas lenguas, a fin de que los ahí presentes, provenientes de 16 regiones lingüísticas distintas, los oyesen hablar en sus respectivos idiomas.
El carisma de la xenoglasia o don de lenguas que Dios concedió a los apóstoles por medio de la efusión del Espíritu Santo era una señal, tanto para los judíos como para los de otras naciones, de que Jesús era verdaderamente el Mesías y también de que el mensaje apostólico era verdadero.
Jesús encomendó a sus discípulos propagar el Evangelio por todos los confines de la tierra. Por ello, la falta de conocimiento de lenguas extranjeras hubiera dificultado dicha propagación, pero Dios suplió la deficiencia lingüística de los apóstoles al concederles el don de la xenoglasia, lo cual les capacitó para poder hablar con toda fluidez lenguas con las que nunca antes habían entrado en contacto. Ahora podían proclamar las verdades del Evangelio por todo el mundo conocido en aquel entonces.
Pero en donde mayor énfasis puso San Pablo sobre el don de lenguas en general fue en la primera carta a los Corintios, más concretamente a lo largo del capítulo 14.
Debemos conocer que la ciudad de Corinto en aquella época era un importante puerto marítimo, a donde llegaban multitud de navíos procedentes de muchos países y, por ello, la afluencia de personas de diversas lenguas era considerable. La ciudad era un centro de paganismo, vanidades, lujuria e inmoralidad. Y Pablo fundo valientemente una comunidad cristiana en Corinto, la cual estaba rodeada por el influjo de esa
vida pagana llena de vicios. De ahí que San Pablo tuviera que normar el uso de los dones del Espíritu Santo, para uso exclusivo de las personas convertidas y de fe sincera.
Y de esa normativa podemos resaltar los dos aspectos siguientes:
Tener orden y decencia:
“Pero hágase todo con decoro y orden” (1ª. Corintios 14:40).
Apelar a la reverencia:
“… ofrecer a Dios un culto que le sea grato, con respeto y reverencia” (Hebreos 12:28).
En base a dichas normas, debemos evitar el griterío en los cultos y vivirlos con toda reverencia y con gran espiritualidad, pensando siempre que estamos ante la presencia de Dios.
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