La mirada tradicional es que en el Nuevo Testamento la palabra anatema siempre implica deshonra, exclusión y castigo. Pero existen también casos en que un individuo o grupo de personas pronuncian un anatema sobre su persona en el caso de que, en sí mismo, considere que hay algo inconcluso y que le afecta directamente.
Tal fue el caso del grupo de los cuarenta judíos que persiguieron a Pablo de Tarso en Jerusalén para causarle la muerte: “Al amanecer, los judíos se confabularon y se comprometieron bajo anatema a no comer ni beber hasta que hubieran matado a Pablo” (Hechos 23:12)
En Romanos, la expresión anatema (maldito) y separado de Cristo ha ocasionado muchas dificultades interpretativas. El concepto tradicional aquí es que Pablo no expresa un deseo de sí mismo, sino que intenta transmitir un sentimiento vehemente, mostrando cuán fuerte era su anhelo por la salvación de los miembros de su gente: “Pues desearía ser yo mismo maldito (anatema), separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne” (Romanos 9:3). En este punto, Pablo expresa que preferiría estar separado y ser rechazado por Cristo, si por ese medio lograra la salvación de los demás. Y también, en idéntico sentido, Pablo dice: “Como os tengo dicho, también ahora lo repito: si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea maldito! (anatema)” (Gálatas 1:9).
Anatema significa también estar abrumado de maldiciones: “El que no ame al Señor, ¡sea maldito! (anatema)” (1ª. Corintios 16:22). El punto de vista de Pablo es que aquellos que no aman al Señor, deberían ser ofrecidos a Dios.
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